miércoles, 13 de mayo de 2015

DEL LIBRO: LA JERARQUIA CELESTE DE DIONISIO AREOPAGITA





CAPÍTULO XIV

Lo que significa el tradicional número de ángeles


Creo que debemos reflexionar sobre la tradi­ción bíblica de que el número de ángeles es mil veces mil y diez mil veces diez mil. Son números que, elevados al cua­drado, y multiplicados, nos indican que es infinito el número de las jerarquías celestes. Tan numerosos, en efecto, son los ejércitos bienaventurados de los seres-inteli­gencias, que sobrepasan el deficiente y limitado campo de nuestros números físicos. Sólo los pueden conocer y definir aquellas inteligencias y ciencia trascendental, celeste, que generosamente les ha concedido Dios, el omnisciente, el Creador de la sabiduría. Esta supraesencial Deidad verda­dera es la fuente de todas las cosas, la causa de la existencia, el poder que todo lo mantiene y causa final que todo lo abarca.




Imágenes figurativas de los poderes angélicos: fuego, forma humana, nariz, orejas, boca, tacto, párpados, cejas, dedos, dientes, hombros, brazos y manos, corazón, pecho, espalda, pies, alas, desnudez, vestidos, túnica luminosa, vestidura sacerdotal, ceñidores, cetros, lanzas, segures, plomadas, vientos, nubes, metal, ámbar, coros, aplausos, colores de diferentes piedras, forma de león, figura de buey, de águila, semajanza de águila, caballos, caballos de diferentes colo­res, ríos, carros, ruedas, la alegría de los ángeles
Ahora, si te parece, la mirada de nuestra inteligencia va a descansar del esfuerzo que hace para lle­gar a las alturas solitarias de la contemplación propia de los ángeles. Bajemos a las llanuras de la división y de la multiplicidad, a la diversidad de formas que han tomado los ángeles en sus apariciones. Luego volveremos sobre nuestros pasos, partiendo de estas imágenes, y nos levantaremos a las inteligencias celestes.
Pero ante todo ten muy en cuenta esto: las explicacio­nes de los símbolos sagrados indican que los mismos órde­nes de seres celestes unas veces dirigen en las cosas sagradas y otras son dirigidos; que los de ínfimo grado dirigen y los del primero son dirigidos; que, como he dicho, todos ellos tie­nen poderes superiores, intermedios e inferiores.
Esta manera de explicar las cosas no implica absurdo alguno. Sería total absurdo y confusión estúpida afirmar que tal o cual jerarquía con respecto a los misterios sagrados sean exclusivamente dirigidas por sus superiores y que al mismo tiempo estas últimas sean dirigidas por las inferiores. O que la superior instruye a la inferior y ésta a su vez a la superior bajo el mismo aspecto. Al afirmar que los mismos seres dirigen y son dirigidos no quiero decir que el director sea dirigido por el mismo a quien dirigió. Lo que significa es que cada orden está dirigido por el que le pre­cede y que éste dirige a los que le siguen como inferiores. Por tanto, no hay ningún incoveniente en decir que las representaciones sagradas de las Escrituras puedan a veces atribuirse con propiedad y corrección a los poderes supe­riores, otras a los intermedios y también a los inferiores.
El poder de elevarse en constante movimiento de retorno, el poder sin falta de volver sobre sí mismos mientras conservan los propios poderes, la capacidad de participar en el plan providencial de comunicarse sucesi­vamente con los órdenes inferiores', es sin duda caracterís­tico de los seres celestes, propio de algunos, como he dicho con frecuencia, de manera por completo trascendentes, de otros en modo parcial e inferior.
2. Ahora vamos a abordar el tema propuesto. Nuestra explicación comienza con la cuestión de por qué la Escri­tura parece preferir la alegoría del fuego a todas las otras. Observarás que no sólo representa ruedas inflamadas, sino también animales en llamas y hombres en  cierto modo incandescentes. Coloca montones de ascuas encendidas alrededor de seres celestes y ríos de fuego con ruido imponente. Tronos de fuego. Evoca la etimología de la palabra "serafín" describiéndolos como incandescentes, les atribuye propiedades del fuego. Generalmente, la Escritura prefiere la imagen del fuego al hablar de las jerar­quías, sean de orden superior o inferior. En realidad, a mi parecer, el símbolo del fuego es la mejor manera de expre­sar la semejanza que tienen con Dios los seres-inteligen­cias del Cielo.



Prácticamente es ésta la razón por la que los santos teó­logos representan con la imagen del fuego al Ser supra-esencial, que no admite figura. En cuanto imagen de cosas visibles, el fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensi­blemente presente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a los que se le acercan. Renueva con su calor vivifi­cante. Ilumina con su resplandor y permanece puro, sin mezclarse. Produce cambios, pero en nada se altera. Sube a lo más alto y penetra lo más hondo. Se arrastra por los sue­los y anda por lo más elevado. Siempre moviéndose a sí mismo y moviendo a los demás. Se extiende por todas direcciones sin que en ninguna parte pueda encerrarse. De nadie necesita. Escondido crece y manifiesta su grandeza doquier es recibido. Dinámico, poderoso, invisible, pre­sente en todo ser. Si no se le hace caso, parece que no existe. Pero cuando hay frotación, como si se le hiciera un ruego, sale en busca de algo. Aparece de repente, naturalmente y por sí solo; pronto se levanta incontenible y sin propio menoscabo, alegremente se comunica con su con­torno.
Podrían descubrirse otras muchas propiedades del fuego que, como imágenes tomadas de lo sensible, se pue­den aplicar a las actividades de la Deidad. Las que entien­den de la sabiduría divina manifiestan sus conocimientos representando por el fuego las cosas celestiales. De este modo manifiestan el cercano parecido de estas imágenes con lo divino que, en cierto modo, imitan a Dios.
3. Para representar seres celestes se valen también de figuras antropomórficas, pues el hombre, después de todo, es inteligente y capaz de mirar hacia lo alto. Firme y derecho, es por naturaleza jefe y gobernante. En compara­ción con los animales irracionales, es el menor en la escala de la fuerza y sensaciones; pero él los domina a todos con el poder superior de su inteligencia, por la sobe­ranía de su saber racional y la natural libertad e indepen­dencia de su espíritu.
Pienso también que cada una de las partes del cuerpo humano nos suministra imágenes perfectamente aplicables a los poderes celestes. Podría decirse que las facultades visuales sugieren el poder de mirar directa­mente hacia las luces divinas y al mismo tiempo la capaci­dad de recibir las iluminaciones de Dios con suavidad, claridad, sin resistencia, dócilmente, pura y abiertamente, sin pasión.
El poder de discernir olores indica la capacidad de acoger plenamente las fragancias que el entendimiento no alcanza. Discernimiento también para entender lo que está corrompido y rechazarlo absolutamente.
Pies descalzos y desnudez significan desprendi­miento, liberación, independencia, purificación de toda exterioridad, la mayor identificación posible con la simpli­cidad de Dios.
4. Aquella simple pero "multiforme sabidu­ría" viste a los desnudos y habla de cómo están equipados. Debo explicar ahora, en cuanto me sea posible, el vestuario y los instrumentos sagrados atribuidos a los seres-inteli­gencias en el Cielo. Pienso que los vestidos luminosos e incandescentes simbolizan la deiformidad. Están en con­formidad con el simbolismo del fuego. El poder de ilumi­nar es consecuencia de la herencia del Cielo, que es morada de luz. Ilustra la mente y en la mente todas las cosas se ilustran.



Las vestiduras sacerdotales significan la disponibili­dad para encaminarse espiritualmente hasta la divina y misteriosa visión consagrando a ella toda la vida. Los ceñi­dores indican el dominio que los seres-inteligencias tie­nen de sus fuerzas reproductoras. Significan también el poder de aquellos seres para recogerse, su concentración unificante, el replegarse armonioso e infatigable en torno a la propia identidad.
5. Los cetros simbolizan el poder y soberanía con que llevan a perfección todas las cosas.
Las lanzas y segures representan la habilidad de separar las cosas desemejantes, la aguda claridad y eficacia de sus poderes de discernimiento.
El equipo geométrico y arquitectural indica el poder de poner cimientos, edificar, acabar y, en general, todo lo que se refiere a elevación espiritual y conversión providencial de sus subordinados.
A veces, los instrumentos empleados para representar a los santos ángeles simbolizan los juicios de Dios respecto a nosotros. Unos representan la disciplina que corrige o el recto castigo, otros la liberación del peligro, el de la disciplina o repercusión de la anterior felicidad, la concesión de nuevos dones, grandes o pequeños, dones sensibles o intelectuales. En suma, a una inteligencia pers-picaz no le sería muy difícil hallar la correlación entre los signos visibles y las realidades invisibles.
6. También se los llama "vientos", para indicar la casi instantánea rapidez con que obran en todas partes, sin ir ni venir de arriba abajo o de abajo arriba, cuando levantan a sus inferiores hasta la más alta cima y cuando inducen a los superiores a que desciendan para comunicarse con los inferiores y ejercer su providencia con estos últimos.
Podríamos añadir que la palabra "viento" significa espíritu del aire y muestra cómo los seres-inteligen-cias viven en conformidad con Dios''. Viento es imagen y símbolo de la actividad divina que mueve naturalmente y da vida, empujando hacia adelante recto e incontenible. Y esto por razones desconocidas e invisibles; es decir, se nos ocultan el principio y el fin de su movimiento. "No sabes -dice la Escritura— de dónde viene y adónde va". Lo traté con más pormenores en la Teología simbólica, al explicar los cuatro elementos.
La Escritura los representa también en la forma de nube, significando con eso que los santos seres-inteligen-cias de modo trascendente están llenos de luz, y como intermediarios la han transmitido generosamente [336 B] a los siguientes en la medida que éstos la pueden recibir. Tienen   de dar la vida, de hacer crecer y llevar a perfección porque derraman lluvias de entendimiento y llaman al seno que los recibe para que dé a luz criaturas nuevas.
7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los seres celestes forma de bronce, de ámbar y de piedras multicolor. Porque el ámbar, que contiene oro y plata, simboliza por un lado lo incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo del oro; de otra parte, la claridad brillante y celeste de la plata. El bronce, por las razones indicadas, representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras multi-color, hay que entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego; amarillo, oro; verde, vitalidad juvenil.
Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada imagen representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos temas, pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la Escri-tura atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.+



8. La figura de léon indica el dominio poderoso e indomable. Los seres celestes se acercan lo más que pueden al misterio de la inefable Deidad cubriendo las huellas de la propia inteligencia. Humilde y misteriosa-mente echan un velo sobre el camino que los lleva a la divina iluminación.
El símbolo del buey indica la fuerza y el poder, la capacidad de abrir hondos surcos de conoci-miento donde caigan las fecundas lluvias de los cielos. Los cuernos son señal del poder que guarda y es invencible.
El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz, la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el alimento. Es símbolo de contem-
La Escritura los representa también en la forma de nube, significando con eso que los santos seres-inteligen­cias de modo trascendente están llenos de luz, y como intermediarios la han transmitido generosamente a los siguientes en la medida que éstos la pueden recibir. Tienen poder de dar la vida, de hacer crecer y llevar a perfec­ción porque derraman lluvias de entendimiento y llaman al seno que los recibe para que dé a luz criaturas nuevas.
7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los seres celestes forma de bronce, de ámbar y de piedras multico­lor". Porque el ámbar, que contiene oro y plata, simboliza por un lado lo incorruptible, inagotable, indefectible y purísimo del oro; de otra parte, la claridad brillante y celeste de la plata. El bronce, por las razones indicadas, representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras multi­color, hay que entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego; amarillo, oro; verde, vitalidad juveni142.
Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada imagen representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos temas, pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la Escri­tura atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.
8. La figura de léon indica el dominio poderoso e indomable. Los seres celestes se acercan lo más que pueden al misterio de la inefable Deidad cubriendo las huellas de la propia inteligencia. Humilde y misteriosa­mente echan un velo sobre el camino que los lleva a la divina iluminación.
El símbolo del buey indica la fuerza y el poder, la capacidad de abrir hondos surcos de conoci­miento donde caigan las fecundas lluvias de los cielos. Los cuernos son señal del poder que guarda y es invencible.
El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz, la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el aliniento. Es símbolo de contemplación que libremente, en derechura y sin rodeos, tiende la mirada vigorosa hacia los abundantes rayos que prodiga el Sol divino.
Los caballos significan obediencia y docilidad. Su blancura es brillo emparentado con la luz de Dios; su color bayo significa la hondura de los misterios; el rojo es poder y eficacia del fuego; los de pelo blanco y negro, alianza de extremos opuestos y poder pasar de uno a otro, la adaptación de superior a inferior y de inferior a superior que procede de la conversación de unos y providencia de otros.
Si no estuviese yo obligado a guardar las debidas pro­porciones de este tratado, podría detenerme a considerar cada una de las partes y pormenores físicos de los animales que he mencionado. Podría razonablemente hacerse la aplicación a los poderes celestes, bajo el aspecto de seme­janzas y desemejanzas. Así, la ira de los animales represen­taría la fortaleza espiritual, de la cual la ira es el último vestigio. La concupiscencia animal correspondería al de­seo que sienten los ángeles por la presencia de Dios. En resumen: de todos los sentidos y las múltiples partes de los animales irracionales puede hacerse la referencia a las inteligencias inmateriales y a los poderes unificantes de los seres celestes.
Estas cosas bastan para los entendidos. Ade­más, con la explicación de una de estas imágenes compara­tivas se aclaran por semejanza los símbolos del mismo género.


9. Voy a examinar ahora por qué se aplican a los seres celestes los nombres de ríos, ruedas y carros. Ríos de fuego significan los canales divinos que no cesan de fluir copiosamente sobre los ángeles alimentando su fecundi­dad vital. Los carros significan la alianza entre los que constituyen el mismo orden. En cuanto a las ruedas aladas, que avanzan sin volver atrás ni desviarse, significan el poder de marchar en derechura a lo largo del camino, sin desviarse, gracias a que la rueda de su inteli­gencia es guiada de modo nada común a este mundo. Pero podríamos hacer otro comentario sobre la iconografía de las ruedas de la mente sacando de ello una enseñanza espi­ritual. Porque, como ha dicho el profeta, se llaman "Gelgel", que en hebreo quiere decir "revolución" y "reve­lación". Esas ruedas flamígeras a semejanza de Dios "gi­ran" en torno a sí mismas en su movimiento incesante alrededor del Bien. "Revelan" en cuanto declaran miste­rios ocultos, elevan las mentes desde los grados inferiores y transmiten a éstos las luces más altas.

Finalmente me queda por explicar lo que entiende la Escritura por alegría de los órdenes celestes. No es posible a estas jerarquías experimentar los placeres de las pasio­nes. Por eso, lo dicho aquí se refiere al gozo divino que experimentan por hallar lo que se había perdido. Experi­mentan dicha serena y verdaderamente divina, alegría pura, sin envidia, por la providencia y salvación de los con­vertidos a Dios. Felicidad inefable que se observa a veces cuando algunos santos reciben la visita iluminadora de Dios.

Esto es lo que me propuse decir sobre las representaciones sagradas. Quizá me he quedado muy corto al explicarlo. Sin embargo, creo que esto evitará nos estanquemos erróneamente en meras representaciones simbólicas. Quizá se nos reproche de no haber mencio­nado todos los poderes, todos los actos y alegorías con que las Escrituras se refieren a los ángeles. Es cierto. Pero el haber omitido algunas cosas prueba el hecho de que me encuentro perdido cuando se trata de entender las realida­des trascendentes. Yo necesitaba realmente la luz de un guía. Omisiones de temas análogos a los que he tratado pueden explicarse, porque tenía yo esta doble preocupa­ción: no hacer un tratado demasiado largo y tributar res­petuoso silencio a los misterios donde no llega mi enten­dimiento.