10 de Enero de 1977
SAN MIGUEL, DEFIÉNDENOS EN LA BATALLA
Escribe hijo mío:
Deseo recapitular lo que en mensajes precedentes te he dicho ya acerca de la creación de los ángeles.
Yo, Dios, soy el Amor infinito, el Amor que por su naturaleza tiene necesidad de un acto de amor, por eso he creado un número sin número de criaturas bellísimas, espirituales sobre las cuales volcar mi amor.
Pero, antes de admitirlas a la participación eterna de Mi Reino, he pedido también a ellas una prueba que, por desgracia un ingente número no ha querido superar como al contrario, casi dos tercios han querido y sabido superar; a la cabeza de los rebeldes se ha puesto Satanás con un discreto número de Ángeles; a la cabeza de los Ángeles fieles se ha puesto San Miguel.
Una gran batalla hubo en el cielo, batalla de inteligencia y de voluntad; es algo difícil para vosotros haceros una idea. Los derrotados fueron transmutados en demonios horrendos y precipitados al infierno y devorados por la concupiscencia del espíritu, empapados y compenetrados de un odio implacable e inextinguible, generador de todas las más viles pasiones, en las cuales están congelados sin ninguna esperanza de arrepentimiento, y han dado vida al mal, son todo el mal, con el cual se identifican.
No pudiendo verter su odio sobre Dios, vomitan de continuo su odio sobre la humanidad.
La caída y la promesa
Después de la creación de Adán y Eva, se atrevieron al gran ataque para adueñarse, en los progenitores, de la humanidad entera; el loco sueño de Satanás: la conquista gran e ilimitado reino sobre el cual ejercer soberanía emulando a Dios. La ferocidad de los demonios es despiadada y sin pausa. La insidia tendida a los progenitores no fue sin éxito positivo, vosotros lo llamaríais "golpe de estado", pero para romper sus locas ambiciones intervino Dios con la promesa hecha a los progenitores de la Redención y así tuvo inicio el misterio de la salvación con sus premisas que la Santa Biblia refiere.
En la plenitud de los tiempos, Yo, Verbo Eterno de Dios, desde siempre engendrado por el Padre, me he hecho Carne en el seno purísimo de la Virgen María; Satanás tuvo miedo, vislumbró que su dominio estaba para ser minado, agudizó su odio contra el velado enemigo del que no tenía conocimiento completo. Su desesperación y su odio alcanzaron su vértice contra Mí, Cristo y mi Iglesia, desde el momento en el que, con mayor claridad, lo vino a conocer.
No menos grande, no menos feroz es su desesperado odio contra la Virgen Santísima:
porque Ella lo ha sustituido a él en el primer lugar ocupado por él en el mundo invisible y visible, como la primera de todas las criaturas después de Dios Uno y Trino Creador.
Porque su “Fiat” (Hágase) ha hecho posible la Redención, que ha inferido un durísimo golpe a su dominio instaurado sobre la humanidad con el engaño y la insidia tendida a los progenitores.
Otro motivo de su implacable odio hacia la Virgen Santísima fue originado por el hecho de que su humillante derrota le ha sido infligida por una frágil criatura de mujer, mucho inferior a él por naturaleza; esto ha sido, es, y será eternamente un tormento superior a todos los tormentos de la tierra, para vosotros hombres incomprensible y tal tormento mataría a cualquier criatura humana si lo debiese sufrir aunque sólo fuera por un instante.
Los demonios, tremendamente perversos, pavorosamente astutos
Satanás y sus secuaces en medida diversa, son sólo mal, son incapaces de bien, de cualquier bien. Los demonios no sólo odian a Dios, Cristo, la Iglesia y la humanidad entera, sino que se odian entre ellos; son tiranizados por caudillos feroces e implacables; el único punto de convergencia entre todos, su odio a Dios, Cristo, la Iglesia a los hombres.
Son seres viscosos e inmundos, incapaces de verdad; mienten siempre, incitan al hombre al mal, solicitando el sadismo, las pasiones, la concupiscencia del espíritu y de la carne.
No todos igualmente potentes, pero todos tremendamente perversos, pavorosamente astutos. Esta astucia se engendra por su inteligencia corrupta; por la superioridad de su naturaleza han logrado, con una pérfida tenacidad, destruir en el espíritu del hombre toda noción, o casi, de la existencia de ellos, por lo cual, los hombres casi en su totalidad, no creyendo ya en su existencia, han cesado en la lucha por la que Yo, Verbo Eterno de Dios hecho Carne, he muerto en la Cruz.
Esta es la causa verdadera del desastre de la Iglesia, de la grave crisis de fe que debilita Obispos, sacerdotes y fieles.
Los demonios temen solamente a Dios, a la Virgen Santísima, a los Santos, (los que viven y quieren vivir en gracia de Dios), de todos los otros les importa un bledo.
Su gran éxito es el de haber empujado a la humanidad, o de haber creado en la humanidad entera, una civilización materialista, ateizándola; éxito temporal, puesto que a grandes pasos se avecina la hora de la purificación.
Los hombres que van al infierno se hacen también ellos demonios: igual que los demonios están congelados "in eterno" (para siempre) en el mal, en el odio y en toda otra pasión.
Te bendigo, hijo, ámame.
("Confidencias de Jesús a un Sacerdote" - Mons. Ottavio Michelini)
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