sábado, 22 de febrero de 2014

¡Oh tú, mi amigo, mi queridísimo hermano, santo ángel custodio...



¡Oh, Tú, mi amigo, mi queridísimo hermano, santo ángel custodio, yo te saludo mil veces en nombre de Jesús y doy gracias a Dios, que te ha hecho tan hermoso, tan bueno y tan estupendamente poderoso!

Los ángeles custodios se toman el cuidado de las almas que se les confía sin interrupción. El número de los ángeles es tan grande, que ninguno de ellos que ha tomado a su cargo un alma, vuelve a ser destinado a cuidar a otras, si ha llevado la primera salvación.

El ángel custodio que ha logrado llevar al Cielo a su protegido, queda luego junto a él en el Cielo.
Con la entrada de su protegido en el Cielo, se aumenta en gran manera la gloria y el contento accidental del mismo ángel.

Los ángeles custodios de aquellos infelices que no verán la gloria de Dios y se condenan, no se ven privados por ello de ese aumento accidental de gloria. Dios los agrega a los servidores especiales de la Reina de los ángeles y alaban y cantan con indecible armonía la justicia infinita de Dios.

También tienen los ángeles custodios sus especiales dones y gracias.

Los unos son más ardientes, los otros son más tranquilos. Estos son los que han de cuidar y consolar a los enfermos y a los que sufren.



Del cuaderno espiritual que por orden de su confesor escribía diariamente la Sierva de Dios Magdalena de la Cruz, fallecida en 1919 en Munich.

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